Cómo vivir mejor sin esforzarse tanto

Cómo vivir mejor sin esforzarse tanto

Un nuevo libro propone el experimento de relajarse y disfrutar más.  

17/04/2018 15:35

El mail que le mandé a mi editor era muy sencillo: “Estuve leyendo muchos artículos sobre cómo ser más productivo, cómo cocinar mejor, cómo estar más informado, etc. Me pregunto qué pasaría si no hago nada de eso”. La idea estaba inspirada en el nuevo libro de Jennifer McCartney, The Joy of Doing Just Enough (El placer de hacer solo lo necesario), que se publicó este mes. En un tono divertido y ameno, McCartney resalta las virtudes de la mediocridad y de la salud y el bienestar que aparecen una vez que decidimos bajar un cambio. Me compró. Y a mi editor también.

McCartney señala que la cultura del trabajar hasta no poder más, tener la casa impecable y bien decorada, comer bien y mantener una vida social agitada es agotadora. Además de todo esto, parecería que tenemos que encontrar el tiempo para ver maratones de series de calidad, escuchar podcasts interesantes, explorar nuevas técnicas de fitness y estar al tanto de las noticias más recientes. Si no sabés por dónde empezar, McCartney sugiere algo simple: no empieces. Pará. No lo hagas.

“La idea de que tenemos que ser productivos constantemente y operar al 100% es una trampa del capitalismo que nos han condicionado para que creamos”, escribe. “Al menos que vivas en Francia, donde la gente tiene 5 meses de vacaciones y te pagan con cajas de vino Syrah”. Como no vivo en Francia, decidí probar con el plan B.

Para poder seguir con sus consejos, decidí dividir mi vida en tres categorías: Casa, Trabajo y Bienestar General. McCartney es un poco más específica: hay capítulos sobre relaciones, vida social, arte y cultura, salud y belleza. Quedé un poco abrumado por todo esto así que simplifiqué. Creo que la autora habría estado orgullosa de mí.

D.R.
D.R.

El libro de Jennifer McCartney.

Casa

McCartney usa un método en tres pasos para definir cómo hacer lo justo y necesario, y tiene un lema: “La indiferencia es clave”. “Nuestros ancestros inventaron la comida congelada y las latas, y los resultados fueron gloriosos”, señala. Casi tiro el libro al piso. No soy ningún chef elegante, pero hace años estoy convencido de que si no como frutas y verduras frescas, hierbas cortadas en el momento y una receta complejísima que me llevó horas entender, no estoy cocinando de verdad.

Al parecer, esto no es así: en mi visita semanal al supermercado, me pregunté qué pasaría si compraba alimentos priorizando la conveniencia y comodidad sobre el sabor. Guglié “receta fácil de entresemana”. Encontré una receta de ensalada que podía hacer con latas y un pollo al spiedo. Tengo que admitir que la parte de la indiferencia no me salió muy bien. Sí, el pollo estaba bien pero podría haber estado delicioso. La ensalada era pasable pero carente de inspiración. No tenía hambre, pero tampoco estaba lleno. Al otro día, pedí una pizza en vez de estresarme por pensar en la cena un día feriado. ¿Me sentí mejor? No sé.

Empecé a preocuparme: ¿tenía que trabajar más para ser más vago? Ya estaba fracasando en el intento.

Trabajo

El capítulo sobre el trabajo tiene un montón de consejos prácticos sobre impuestos y sobre cómo parecer que siempre estás ocupado (por ejemplo, escribí tus emails a la noche y programalos para que se manden a las 6 a.m., para que todos piensen que vivís trabajando). Pero una cosa me llamó la atención sobre lo demás: su constante insistencia en olvidarse de la ambición. El placer de hacer solo lo necesario dice que los deadlines son apenas sugerencias, y nos recuerda que somos “un pequeño engranaje en la máquina de la vida. La máquina necesita sus engranajes”. Leí esto y pensé “Sí, pero…”. Hacer solo lo necesario en el trabajo implica rechazar algunos principios fundamentales, como por ejemplo que trabajar es una necesidad, que lo ideal es siempre querer hacer lo mejor posible y que se trata de una prioridad en la vida.

McCartney cita un estudio de la revista Harvard Business, que demostró que las oficinas son más productivas cuando los empleados son obligados a tomar descansos y se les prohíbe trabajar hasta después de hora o los fines de semana. Como trabajo desde casa, me prometí no estar conectado todo el día y hacer planes a la noche para tener una excusa para cortar. Por supuesto, me pasé la mayor parte del tiempo con ansiedad por estar desconectado.

Todo lo demás

El tercer paso del método McCartney fue el más duro. “Estar ocupado es para idiotas”, escribe. Miré mi agenda, mi larga lista de cosas que ver en Netflix, mis libros sin terminar, mis múltiples listas de cosas para hacer, incluyendo alguna que dice que tengo que terminar una lista de cosas que hacer, y pensé: “Puede que sea un poco idiota”.

El libro da consejos extremos como despertarte a la hora que tengas ganas o llegar a una cena sin haber comprado una botella de vino de regalo para los anfitriones. Yo tengo una caja de vinos para que esto no me suceda. Pero tal vez no se trate de eso. Los últimos capítulos, que versan sobre romances, obligaciones sociales y salud, están teñidos de un nihilismo alegre. “Es bueno recordar que la mayoría de las relaciones fracasan, y estoy segura de que esto no sucede porque no sacaste esos pasajes de avión para ir a los Cabos”, escribe McCartney como argumento para dejar de pensar que tenemos que hacer más esfuerzos en las relaciones de pareja. “Si no te podés aguantar, leé los resúmenes online de las novedades editoriales”, aconseja para evitar estresarse por la pila de libros no leídos. “Tu vida no va a cambiar, los libros no hacen ninguna diferencia”, concluye. La moraleja del libro, al parecer, es que tomes conciencia de todas las maneras en que uno se sabotea con objetivos inalcanzables.

No me embarqué en esta experiencia para aprender algo de mí mismo, pero una noche, cuando me preocupé por la pila de libros a medio leer en mi mesa de luz y me debatía entre ir a dos eventos diferentes, sin pensarlo, decidí no hacer ninguna de las dos cosas. Me senté en el sillón, puse Netflix, pasé de largo las series que tenía pensado mirar y puse la primera temporada de una que se estrenó hace cuatro años. Una pequeña vocecita en mi cabeza me castigó por no tomarme el tiempo de elegir algo de lo que todo el mundo está hablando, o por ser huraño, o por no estar cortando cilantro fresco, o por no estar trabajando. Pero una voz más fuerte me recordó algo: “Podrías no hacerlo”. Entonces, por un momento, no lo hice. Diría que mi experimento en general fue un fracaso. No porque el libro tenga problemas, sino porque, como señala McCartney, la compulsión a hacer más, mejor, y más rápido es una cuestión cultural. Es difícil escapar de eso, incluso durante una semana. Pero por lo menos intenté seguir los consejos del libro y fracasé. No sentirme culpable por ello es un muy buen primer paso.