Testimonio: “Ya no festejo el 8 de marzo”

Testimonio: “Ya no festejo el 8 de marzo”

Hasta hace una década, Camila solo asociaba el Día Internacional de la Mujer con flores para su mamá y brindis entre amigas. La historia reciente, propia y colectiva, le hizo cambiar el tono celebratorio por el reflexivo.

05/03/2020 20:18

“Este mes, las mesas de mujeres tienen un 30% de descuento”, me avisa vía Facebook un bar que ya no sigo en Instagram. Ibamos, hace como 10 años. Quizá las promociones se les quedaron ancladas en esa época.

Es que una década atrás entre mis amigas, vía mail, aún nos preguntábamos: “¿Cómo vamos a festejar el Día de la Mujer?”. Buscábamos una excusa más para vernos, para salir. Algunas del grupo osaban pedir que fuera feriado. Nunca nos perdíamos la fiesta del boliche, con happy hour para las damas hasta la madrugada.

Recuerdo también cuando a los 19 años salté de felicidad ese 8 de marzo que mi primer novio tocó el timbre sin avisar y me trajo bombones. Claro, si hasta mi viejo cocinaba en esa fecha, como un regalo para mamá. Ella, ese día, traía rosas que le habían dado en la oficina. A veces me compraba algún ramito de jazmines para mí.

Nada de eso me hacía ruido. Ni siquiera en los asados, cuando mi tío gritaba desde la parrilla: “Por qué no hay un día del hombre, che”. Yo me reía, como todos. Aunque algo ya sabía de la historia.

En 7° grado nos habían encargado una tarea sobre las 15 mil obreras textiles que protestaron en Nueva York a principios del siglo XX. Reclamaban por la jornada de 8 horas. Mi TP fue colgado en la cartelera de la escuela. Pero para mí eso hablaba del pasado.

En 3° año del secundario volví al tema. Un profesor (que después supimos que era gay) propuso una serie de clases especiales sobre “feministas”: “Las que lucharon por el voto, el trabajo, la educación, la representación política”; “las que comenzaron la revolución rusa del ‘17”, y “las latinas que buscaron libertades en los ’60”.

Súper interesante. Pero la clase era de Historia. Ni de Sociedad, ni de Cívica. Esos temas (que ahora abundan en mi lista de documentales en Netflix) solo eran archivo. No parecían tener conexión con mi vida, ni con la actualidad. Tampoco, aunque parezca insólito, me resonaron en los primeros años en la facultad de Ciencias Sociales.

Todo empezó a cambiar hace cinco años. Poco a poco aquellas postales viejas empezaron a tener lazos con lo que había escrito en mi diario íntimo, con el trajín en mis inicios laborales, con mi semanario en la psicóloga.

Hoy, cuando repaso por qué uso una remera que dice “no quiero flores, quiero derechos”, creo que el primer shock fue el aborto clandestino que atravesó mi mejor amiga, Miranda. Salía con un compañero, a quien ahora puedo definir como violento y abusivo. En ese tiempo no me animaba a decirlo. Parte del maltrato era el descuido en las relaciones sexuales. Y pasó. Antes de que siquiera sospecháramos lo que significa sororidad, el team de amigas se encargó de todo: una consiguió una tarjeta de crédito para comprar vía España el misoprostol; la otra contactó a una ginecóloga de confianza; yo dormí con ella las dos noches de sangrado tras la toma de las pastillas.

Eramos las mismas amigas que a los 22 habíamos decidido juntar plata para bancarle la terapia a Guadalupe. Su papá no la dejaba trabajar ni dedicarse a la música. Sólo la financiaba para que se convirtiera en la abogada que él soñaba. Y, para colmo, le había cortado el dinero para el psicólogo porque hacía “demasiadas preguntas”.

Con el mismo grupo el 3 de junio de 2015 pasamos, camino a la facultad, a espiar la primera marcha de #NiUnaMenos. Teníamos examen, no podíamos faltar, pero nos acercamos. Casi sin saber por qué. Después, vía WhatsApp, comentamos el impacto que nos provocó la encuesta Argentina Cuenta La Violencia Machista. Es que a todas nos había sucedido algo: ese novio celoso; el tipo que nos mostró sus genitales en un colectivo una tarde de domingo; un jefe que bromeaba con cerrar con llave la oficina cada vez yo que entraba.

Antes era archivo. Antes era lo que nos tocaba porque… ¿Por qué?

Ese mismo chat de amigas explotó en noviembre 2016 cuando Carolina Aguirre y Malena Guinzburg (mujeres con las que solíamos reír y no llorar) declararon haber sido víctimas de violencia. El denunciado había sido para muchas de nosotras el docente más copado y entretenido de nuestra facultad. Nadie lo hubiera imaginado. ¿O sí?

D.R.
D.R.

Esos temas ya hacían sonar mis notificaciones. Incluso antes de que una prima me regalara el libro “Economía Femi(ni)ta” para una Navidad, o que los algoritmos me llevaran hasta la charla TED de Chimamanda Ngozi Adichie (la nigeriana convocada por Harvard por escribir sobre cómo criar chicos en igualdad).

Cuando el 8 de marzo de 2017, tras el Primer Paro Internacional de Mujeres, los noticieros mostraban los incidentes al final de la marcha yo acababa de comprarle flores a mi mamá, que aún las esperaba. Pero fue la última vez.

En 2018, con algunas compañeras de mi trabajo decidimos no ir al “desayuno saludable” que la empresa nos daba como regalo junto con un cupón para usar en un centro de estética. En su lugar, les pedimos que nos dejaran salir antes, para pasar por el Congreso. Dijeron que no.

Algunas se irritan cuando un hombre las saluda o si les llega un dibujito que dice “Feliz Día”. Yo no me enojo. Hago una pausa, respiro, y aprovecho para contar al menos una de las razones por las que entendí que no es un día de festejo.
“¿Cuántos días te dieron de licencia cuando nació tu hijo?”, es un buen gancho para sumar varones a la conversación.
¿Otro? Se puede comentar que si una empresa se encargara de todo el trabajo de cuidado que hacemos las mujeres en nuestras casas, su facturación anual sería 43 veces mayor que la de Apple.

Por eso, si tuviera que retomar aquella consigna de la primaria sobre “¿qué es el 8 de marzo?”, creo que serían otras las preguntas que buscaría responder. ¿Por qué mi papá no acompañó ni una vez a mi abuela en su rehabilitación después del ACV? ¿Acaso por qué  si busco un juguete para mi sobrina en la góndola encuentro planchas de plástico? ¿Es justo que mi vecina tema separarse y no llegar a fin de mes con su salario? ¿Sabías que se permite que un analgésico en caja rosa sea más caro que uno verde?

Este año, igual que el anterior, decidí tomarme vacaciones la primera semana de marzo. Me guardo los días para participar de toda actividad con mayor libertad. La invito a mi mamá que me acompañe. En algunas se prende. Sí, voy con las chicas también.Porque no dejamos de juntarnos, de salir, pero ahora la cita es donde nos marque el hashtag #8M.